La apertura al norte del Duero cumple apenas un mes y las semanas que durante la veda se hacían eternas ahora pasan volando.
Este año, el día de estreno en los ríos leoneses, un gesto de rebeldía se apoderó de mí. Poseído por una enajenación transitoria, retomé una costumbre que abandoné hace casi 20 años: Colocar una ninfa en el extremo del terminal. No iba sola, la acompañaba un insumergible tricóptero en pla que la vigilaba en superficie.
Unas pocas echadas y ya tenía dos truchas en mano. Desperté del mal sueño, corté el nylon y recordé por qué dejé de pescar a ninfa hace tantos años, me aburre soberanamente.
En la crónica nocturna de wasap
lo reconocía arrepentido ante mis amigos “me he pasado al lado oscuro” les dije,
“pero sólo un ratito”. Mis amigos bromeaban sobre qué extraño espíritu me
habría poseido.
La pesca a mosca es pesca de caballeros, la pesca a mosca seca es pesca de sibaritas. Así la siento y así lo vivo cuando acompaño un río desde la orilla.
Pero como en el comer, los sabores intensos que me gustan en la cocina, requieren demasiada dedicación y demasiada paciencia. Quizá por ello la comida cocinada con ninfas se ha extendido por los ríos con la comodidad de cocina rápida.
Recuerdo hace muchos años, cuando
la apertura era en marzo, que por San José siempre había unos días de sol con
buenas eclosiones que sabían a fiesta. Luego llegaba abril, volvía el frío, la
lluvia y tocaba sufrir.
Abril es un mes duro para la seca, deshielos abrumadores y viento norte que abofetea
el bajo. En la mayoría de las jornadas, las
eclosiones ni están ni se las espera.
|
Meses de invierno con montajes y
videos como placebos, esperando ese día de apertura y ahora el río y las truchas están ahí, a un
lance de nuestros pies. ¿Para qué sufrir más? Pongamos un perdigón, o mejor aún
una posta, y rasquemos el fondo como el gato que mete la mano en la ratonera
con las uñas abiertas, esperando trabar algún ratón a ciegas.
Mi inicio de temporada siempre es
una cuestión de fe. Esa fe me dice que en algún rincón de algún río, hay peces
esperando la eclosión y comiendo en superficie. Así que toca buscar, buscar y
esperar.
|
Para ello la primera condición es borrar fronteras de nuestra mente.
El mapa geográfico del mosquero se convierte en un puzle de precipitaciones,
temperaturas, orografía, geología, latitudes y climas. Reviso la predicción
meteorológica de los días previos, los cambios de presión atmosférica, los caudales
de las estaciones de aforo y toda la información disponible de pescadores y
amigos que crucen a menudo algún puente.
Una segunda condición es estar
dispuesto a echar muchas horas de coche para adentrarnos en “terra incógnita”,
más allá de los ríos estrella de las revistas y las redes sociales.
Hay muchos ríos por descubrir. Ríos
que no funcionan a golpe de pantano. Ríos que mantienen un ritmo estacional
propio y que propician condiciones adecuadas para esa eclosión que esperamos.
Conocer el sustrato geológico sobre el que discurren, el origen de su régimen
de caudales (pluvial, pluvionival…) y los patrones de alimentación de las
truchas es imprescindible.
El abril del 2015 en León ha sido
duro. Los ríos que bajan de la cantábrica estaban intratables después de varios
metros de nieve que aún quedaban en cabecera.
Pero esta provincia es variada en
climas y paisajes. Olvidemos el mapa de carreteras y busquemos un mapa
provincial que refleje precipitaciones y temperaturas, así obtendremos una idea
mucho más real del comportamiento de los ríos. Si además conocemos el mapa
geológico provincial, podremos conocer dónde la lluvia barrará el cauce y
dónde el nivel subirá pero conservando un agua clara con posibilidad de
eclosiones.
En un radio de 150 kilómetros desde nuestra
casa, existe esa eclosión y esas cebas que soñamos. A veces, hay ríos a tan sólo
30 kilómetros donde se está produciendo el milagro.
Hay que empezar desde abajo,
desde lo profundo del agua. Caudal y temperatura marcan el ritmo. Las moscas
que esperamos eclosionarán en algún momento. Con el invierno aún reciente y las
truchas adelgazadas por el frío, la ventana de alimentación en superficie es
pequeña y durará unos minutos.
Después de las copiosas nevadas
de este invierno, históricas en decenios, curiosamente, los ríos donde suelo iniciar
temporada a seca este año vienen del revés. En el entorno de un par de cuencas
ha nevado muy poco, menos que un año normal, y la sequía de inicio de primavera,
ha bajado los caudales a niveles del verano. Me toca elegir entre las riadas
heladoras de deshielo o estos ríos menguados y fríos.
Elijo los segundos. Sus aguas
cristalinas empozan las truchas bajo los taludes y las raíces de los árboles.
Con sol no hay nada que hacer, a pesar de la eclosión, ninguna trucha se expone
con un cauce bajo que las delata a pleno sol. Toca esperar las nubes mientras
derivo bajo las sombras y bordes de chorreras. Araño algunas pequeñas en las
mejores posturas, señal de que las grandes se han quedado comiendo abajo.
Tras la cena reviso mapas y marco la ruta de mañana para explorar los
kilómetros de río que aun no conozco. La mañana está revuelta, airosa y húmeda.
Al llegar al río, las aguas tomadas indican que no ha parado de llover en toda
la noche. Excelentes noticias, lluvia significa madrugada sin helada y nivel
más alto. El día sigue cubierto y la oscuridad invitará a mis amigas a
colocarse en postura de ceba.
El sustrato de margas y arcillas
densas de este valle, hambriento de lluvia, hace que el agua recupere la
trasparencia muy pronto. El termómetro indica que la temperatura del agua es
perfecta, si cesa el aire y ese frente oscuro cubre el cielo, tendremos nuestra
oportunidad a seca.
El reloj no falla, primeros
pardones a las 13h. Primeras truchas colocadas y revolcones sobre el agua. Lo
mejor está por llegar. Sobre las 15h. aparecen las rodanis. Era lo que ellas esperaban y yo
también. Es una eclosión pequeña, pero sostenida hasta las 17h. La eclosión
perfecta.
El verde oliva aún estará en su
cabeza hasta las 18h. Sorprende los lugares de ceba, orillas de suave corriente
donde comen con calma, se nota que nadie las castiga hace tiempo. En los bancos
de arena sólo hay pisadas de corzo, algún jabalí y los gateros del ganado.
Gracias a las vacas, puedo acceder al cauce que corre entre una selva de palos
y árboles retorcidos.
Las truchas están donde deben
estar, sólo es cuestión de inventar un lance que esquive la maleza y deje
suficiente línea en el agua para que la mosca pare un par de segundos. Los segundos que necesitan para
sacudirse la pereza invernal y comer la mosca.
Abril a seca desde el primer día
es posible. Sé bien a lo que renuncio, este escenario al hilo sería un
escándalo en número y tamaños.
Hace veinte años rellenaba todos los tiempos
muertos con ninfas, no podía esperar. Ahora que la madurez me invita a
disfrutar cada momento, prefiero la calma.
Permanezco de pie sobre los cantos sumergidos y todo a mi alrededor se hace presente. El aire
sobre los árboles, los pájaros atentos a la mosca, las revueltas del agua que
sacan espumas del pozo. Sólo el presente tiene sentido, porque es real, porque
es presencia.
Espero como un caballero con la
caña en el pecho, a que las princesas decidan iniciar el almuerzo, ese pequeño bocado
sobre el agua de una dama sibarita. De tanto mirarlas, de tanto esperarlas, me
he vuelto sibarita yo también.
Ser fieles a la pesca a seca es duro, pero coincido contigo en que peor es el aburrimiento de pescar bajo la superficie, sin contacto visual con la mosca y sin ver una picada en todo el día. Por muchas capturas que se pierdan. Será que yo también soy sibarita. Un saludo
ResponderEliminarPreciosa reflexión la que haces Álvaro, y sé a lo que te refieres en los de "rellenar los tiempos muertos con ninfas"... Un texto para aprender y recapacitar,
ResponderEliminarUn saludo.
Preciosa entrada. Hace que pensemos mucho y que recapacitemos. Yo pesco grandes ratos a ninfa y se que tienes razón. Puede que en ocasiones me pueda la ansia. Lo tendré en cuenta. Un saludo.
ResponderEliminar