La iglesia es grande, con esquinas de piedra y grandes paños blancos enmarcados en losa de pizarra. Una pequeña tapia da paso a la pradera, a modo de jardín bien segado, donde alguna beata curiosina mima un puñado de pensamientos.
Coronando la nave central una
veleta artesana, algo escorada ya, sobre un pináculo barbudo de liquen. Tiene
un gallo de herrero y un crucero con vocación de reloj. Es lo último que veo
del pueblo cuando me alejo. Levanto un alambre de pastor eléctrico que cierra
la calle y tomo el sendero que lleva a
los pastos.
El pinar que cubre la ladera
termina sobre una pista nueva. Más abajo, la línea de chopos indica un cauce que
ha de discurrir valle abajo hasta la garganta que crucé esta mañana. Con el
pantalón de cordura, las botas de montaña y la gorra de runner parezco un montañero
más. Chaleco, vadeador y sacadera están escondidos en la mochila, ni un solo
rastro de pescador que pueda amenazar el tramo. Sólo un tubo rígido sobresale
de la mochila que aparenta ser un trípode de la cámara que llevo en la mano.
Compongo mi mapa mental y las
pistas que he memorizado por teléfono. Busco el río que me ha disparado la
imaginación todo el invierno. No lo he pisado nunca, pero lo conozco bien. La
cascada bajo el muro de roca, la línea de árboles que hay que seguir hasta ella
y la tabla lenta abierta en la pradera. Todo está en mi mente, a punto de
transformarse en una imagen real.
Camino varios kilómetros y si se
cruzan, escojo el sendero menos transitado, siempre hacia el oeste. Entre genistas
en flor y escobas altísimas, la cresta rocosa me guía.
Dejo el arroyo norte a mi derecha
y comienzo a descender al fondo del valle. Las esquilas suenan cada vez más
cerca, en pocos segundos vacas rojizas y pardas salen del muro de escobas. Se
paran al verme y dudan, no soy el vaquero con la sal, ni un paisano buscando su
vaca parida, paso de largo atrayendo miradas de vacas al tren.
Al fin encuentro el cauce. Está blindado por los alisos y la roca,
pero no me sujeto. Desaparezco en el helechal y vacío la mochila. Cambio de
vestuario y escondo bien la ropa bajo el tronco seco de un abedul. Me interno
en la jungla. Busco un pocito con un mínimo recorrido para la caña.
No hay actividad, sólo un tramo
lento de agua helada cortado a cuchillo en la roca. Una mosca veterana debuta
sobre el pozo y tras insistir, surge el bocado de una pequeña trucha. Es una
prueba de fe. Ahora sé que tan arriba, a pesar del aire revuelto, hay
actividad. Estamos en julio pero el frío no da tregua y encadena borrascas.
Sigo subiendo. A la vuelta de un morro de roca se abre la
pradera que buscaba. Está repleta de vacas que han traído hasta aquí los jatos
del año, mientras unos sestean la primera rumia, otros aún maman de las madres.
Donde gira el valle acaba la
línea de escobas y se abre el cauce.
¡La encontré!, es la tabla abierta en la
pradera.
¿Serán ciertos aquellos secretos
en voz baja?
¿Seguirán aquí las truchas de este invierno?
Ya lo creo que sí.
Patrullan la orilla y se reparten
los puestos de descanso. Estoy oculto en la hierba, tumbado tras unas
espartinas, pero dos de ellas me han visto y desaparecen. Esto va a ser difícil
de verdad.
Trico verde de riñonada en flor de escoba, lo más clásico y realista de mi
caja plagada de materiales nuevos. Parado sobre el agua parada, el trico
espera. La curiosidad puede con ellas y aunque veo el fondo perfectamente no
las veo llegar. Suben tan lentas que se me para la sangre. Algunas sólo
prueban, pero otras muerden y clavo decidido. Son todo nervio y su rabia acaba soltando
el anzuelo o partiendo el bajo. Mi grito acaba en carcajada de satisfacción…
siiii!!!!
El recuento de peces es breve. He
orillado algunas pequeñas y sólo quedan tres días para cerrar temporada, la
oportunidad para tentar a las grandes de verdad se esfuma.
Cuando cruzo el pasto se
revolucionan decenas de saltamontes. Si el próximo julio aprieta el calor… traeré
un menú de foam.
Este año no hay tiempo de volver,
pero conozco el secreto, así que volveremos
a vernos el próximo verano. Mientras tanto, imaginaré la emboscada secreta
planeando cada detalle sin levantar la voz, siempre en voz baja.
¡¡ Buenisimo como siempre !! Da gusto leerte.
ResponderEliminarExcelente relato Álvaro, gracias por transmitir tan bien esas sensaciones,
ResponderEliminarun saludo!
Es un placer leerte.
ResponderEliminarSaludos!