miércoles, 31 de octubre de 2012

SOBRE VIENTO Y MAREA

Hemos tenido que rascar el parabrisas para ponernos en marcha. Con las truchas descansando queremos ver si los bigotudos andan de otoñada preparando el invierno.
 
Ahuecamos las cajas para hacer sitio a bichos gordos de foam y bajamos al barbo con mucha carretera por delante. Nos acercamos a la orilla con paso rígido, como astronautas dando saltitos en la luna. La soledad de este lugar es fantasmal.
 
 
El día es frío, apenas seis grados cuando empezamos, pero la sensación de las manos en el agua es templada. La inercia del pantano mantiene su temperatura y los barbos parecen activos al abrigo de las playas. Un viento fresco nos castiga atravesando el chaleco hasta la piel y nos cubrimos la cara como bandoleros de otra época. El oleaje suena como las tripas de una fábrica golpeando las rocas y levantando espumas a punto de nieve.
 
Caminamos por la orilla y en el bailoteo del agua aparecen ellos. Se deslizan como sombras sin perder detalle de todo lo que revuelcan las olas.
 
Primer barbo itinerante y primer tiento con un jugoso grillo de foam. Giro de cabeza y el grillo desaparece de un trago... tác!... a correr!
 
 
Están fuertes, muy fuertes, por eso disfruto tanto usando una línea cinco. Mientras se aleja, la bobina se vuelve naranja con el backing deslizándose por las anillas... menuda arrancada.
 
Rígidos y orgullosos posan para nosotros sin un gesto de flaqueza, después vuelven al agua potentes como torpedos con el motor en marcha.
 
 
 
Algunas rocas emergen hasta casi tocar la superficie del agua. Los barbos se colocan sobre ellas y se dejan menear por el oleaje. Las más batidas concentran grupos numerosos. Parecen descuidados de todo hasta que cae un animalito de foam. Lo atacan con fiereza surfeando entre las olas. Viendo como giran la cabeza parece que acertamos con las chernos XL como dijo Alfonso.
 

 
 
Completamos los recechos de la mañana con una percha larga de bigotudos que no dudan en repetir si fallan el primer ataque. La tarde cambia la luz y ya no esconde nuestra sombra, hay que andar cuidadoso mientras jugamos a ¿piedra o barbo? por la playa.
 

 
Entre col y col, lechuga. Entre barbo y barbo... alguna carpa descuidada que se vuelve golosa de nuestras moscas.
 
 
En días así, me gustaría ser ambidiestro para poder pescar a dos manos. Joaquín me sigue la broma y pruebo a sentirme Charlton Heston dominando a dos manos una cuádriga de barbos.
 
 
Somos muy afortunados, no se puede pedir más a un día de pesca.
Si hubiéramos venido en avión y aqui se hablara otra lengua, lo sentiríamos como el viaje de nuestra vida. Porque pescar en una mañana una docena de peces capaces de sacar toda la línea en la primera arrancada y hacerlo a pez visto y a seca, parece el guión soñado para un documental.
Pero son barbos, castizos y cotidianos barbos.
¿En qué rincón extranjero han de vivir estos peces para que les demos el valor que tienen?






lunes, 15 de octubre de 2012

LA SIESTA

Tras las últimas moscas, una última echada. Con un cielo plomizo y frío la última trucha vuelve al agua para cerrar temporada.
 
 
Bajamos la calle de las truchas y nos despedimos en la orilla. Mientras dure el frío buscaremos otras calles donde pescar.
Ellas se quedan en el barrio mirando al cielo, esperando el agua, siempre contracorriente.
Nos citamos de nuevo aquí cuando pase el invierno, pero ahora nos mece la siesta mientras soñamos lances.
 
 
 
 
 

 

jueves, 11 de octubre de 2012

TRUCHAS DE OTOÑO

El otoño es una primavera al revés que nos saca del verano y nos devuelve al invierno, que rinde el verde y deja el amarillo al descubierto. Siempre ha estado ahí, pero ese amarillo de los carotenos sólo puede verse cuando la clorofila desaparece.


Si la primavera es tiempo de promesas, el otoño es tiempo de cosecha y de recuento en los ríos regulados. Las truchas siempre han estado ahí, pero ahora es cuando dan la cara y podemos hacer inventario.
 
 
Estos ríos pantaneros han perdido su ritmo natural y ahora funcionan al revés. Aguantan el invierno amordazados por los pantanos que les roban el agua y en verano se desbocan bajando fríos y altos reconvertidos en canales de riego.
Las truchas llevan aqui una vida extraña, casi centroeuropea. Comen mucho bajo el agua y viven profundas, ignorando las eclosiones de superficie.
 
 
Llega el otoño y los pantanos cierran campaña de riego. La temperatura aún es alta y las truchas se encuentran con aguas templadas y serenas, buen tiempo y eclosiones, lo más parecido a un río natural.
El otoño empieza como acaba el verano, soleado y aburrido. Pero un día, sin hacer caso al calendario, cambia todo. Ese día entra el frío, el color vira del verde al amarillo y viran también las truchas. La apatía del verano se vuelve voracidad y pastan tropezones en la sopa que baja en superficie. Comen mucho, pero sólo delicatesen, el verano las ha engordado y han de completar peso con los bocados más nutritivos.
 
 
 
Tres son los colores, negro, pardo y amarillo. Tres los insectos, dípteros, tricópteros y efémeras. Salen de la caja patosas, hormigas, culirrojas, tricos de pecho de pato... y las ignitas, imprescindibles en tamaños diminutos y montajes impecables en cdc. Cada una en su hora y a su manera.
En la recta final rebuscaremos en la caja las rhodanis con las que empezamos temporada. Cerramos así el ciclo, la marcha atrás que lleva de nuevo al invierno frío y dormilón.
 
Presentaciones exigentes, pasos lentos en el río para clavar peces dorados sobre posturas doradas. Orillas con cuatro dedos de agua donde grandes truchas invisibles levantan la cara y toman moscas invisibles que bajan con la deriva.
 
 
 
El sol pide media jornada y sólo calienta un rato. Las noches se enfrían y se alargan, el reloj de los peces suena, el invierno se acerca y hay que ganar más grasa para el frío y la freza.
 
Porma, Esla, Órbigo, Luna, Carrión, Pisuerga... el escenario es artificial pero delicioso para un pescador a mosca. Enormes tablas y suaves raseras de fondos dorados, donde las melenas de macrófitos marcan las calles y los anillos de ceba el próximo objetivo.
 
El otoño viene a salvar la  temporada. Ha sido un año difícil por la sequía y con la bajada de caudales en los ríos regulados, muerde el hambre de enhebrar truchas.
 
 
Septiembre seca las fuentes o se lleva los puentes. Este año se han secado las fuentes, los permisos sobrantes y la soledad de los ríos. La avalancha de pescadores en los rios leoneses ha sido mayor que ningún año, atraídos por la moda y los buenos serenos de otoño que ha dejado este calor. Algunos tramos libres sin muerte han tenido un tráfico de pescadores nunca visto.
 
Me ha sorprendido la legión de pescadores de ahogada haciendo garita desde media tarde. Armados con silla de camping y bocadillo, sorprende la súbita conversión de algunos autóctonos "esnucadores", que han caído del caballo deslumbrados por la luz cegadora de la pesca sin muerte. Tal vez los recortes en el gasoil de la guardería y el seprona hayan animado a la conversión (por aquello de cumplir con la suegra o alguna cuñada).
 
 
Pero estas truchas saben mucho. Se han licenciado en verano y aunque despliegan posturas por todo el cauce, miran y remiran lo que comen. Hay que sacarse posadas mágicas de la manga y tentar con moscas bien peinadas.
 
 
 Y así, entre palmera y palmera una tarde sube la madre, dejando ese dulce sabor de boca que se paladea todo el invierno y nos ilusiona con la siguiente primavera.