miércoles, 18 de julio de 2012

A LA SOMBRA

Sin escapatoria, las encinas se resignan plantadas en la ladera mientras el calor las castiga. El rio busca la sombra y la sombra busca el agua, que avanza de puntillas, a través de la empalizada verde del fondo del valle.
El cauce es frio y plano como el suelo de una catedral. Abovedado de ramas, los muros y contrafuertes filtran la luz por alargados vitrales. Brillan las hojas como pedacitos de vidrio verde plomeados de ramas.


Allí donde el aire templa y los pájaros respiran, una sombra se descuelga de las ramas. Es el brazo del pescador que se extiende sobre el agua como una rama más de aliso.


La pesca se representa como una obra clásica en un teatro de sombras. A medio camino entre espectador y actor, el pescador es un mentiroso que ofrece su engaño para tentar el instinto.
El teatro chinesco despliega sus sombras sobre el escenario ante un público que duerme la siesta.


Hay esquinas oscuras donde el agua corre apurada. Con lentitud pasmada de garza, las botas entran en el río y a la sombra de las vidrieras verdes, el pescador queda inmóvil como un santo en su hueco del altar.



Surge la mosca del aire y cae sobre el refilón de la corriente. La  deriva es lenta y lenta es la saliva que traga el pescador. El instinto surge del agua quedando prendido sobre una linea que cobra vida.
De rodillas, el pescador realiza su ofrenda y devuelve al rio la trucha regalada.
Las manchas rojas y negras se disuelven en el agua.
Cae el telón.