Con el agua asegurada, los ranúnculos florecen en cuanto empieza el calor. Sus grandes melenas verdes cubren el cauce y se llenan de flores.
Las truchas se arriman a su sombra mecidas por el vaivén de la corriente. Tienen refugio y comida, todo lo que cualquiera que respire precisa para prosperar. Un buen rincón a la sombra del tejado de ocas y a esperar que llegue el almuerzo.
Pequeñas moscas en negro, suficientemente ambiguas para parecerse a un díptero o un pequeño escarabajo, lanzadas al borde del alero y las truchas salen del burladero para tomar su bocado.
Presentar el engaño requiere precisión y una deriva natural que recorra los estrechos carriles. Pero el día se ha levantado revuelto y azotado por un fuerte vendaval. El lanzado se complica y se vuelve caótico por culpa del aire.
Unas ondas delicadas delatan una trucha en apenas un palmo de agua. El aire para un instante y encuentro el hueco por donde colar la mosca. La trucha sube franca y al sentir el clavado se lanza a la madeja de ranúnculos desapareciendo tras la pared de tallos.
Ha quedado enjaulada por la madeja. No queda más remedio que dejar la caña y seguir el hilo con la mano bajo el agua manteniendo la tensión. El último tramo lo recorro al tiento, buscando con los dedos la piel del pez y rezando porque no haya dado el cambiazo... dejando la mosca trabada sobre los ranúnculos.
La madeja se estremece y toco escama. Ensalabro la trucha con un sudario de ocas.
Es preciosa.
Buen relato. Y preciosas fotos. Nunca he pescado entre ranúnculos, pero tiene pinta de ser toda una experiencia.
ResponderEliminar¡Saludos!
Fantástico relato, que bonito es pescar entre las ocas y que buenas recompensas da. Lo malo que a poco viento que haga es una faena por que se necesita precisión. Saludos!!
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