jueves, 12 de enero de 2012

ATRAPADO EN EL MUELLE

Revisando las fotos de la temporada pasada me he acordado de mi profesor de Zoología. Le gustaba contarnos que el canto del Rascón se parece al chillido del cerdo en el banco de matanza. Lo imitaba a menudo, para ver la cara de desagrado de mis refinadas compañeras.
El Rascón es un ave mediana, que se detecta fácilmente aunque nunca se le ve. Su chillido suena siempre cerca del agua y cuando lo oyes por primera vez, realmente oyes al pobre cochino chillando antes de su final.
Hace poco más de medio año, el día de San Juan, pescábamos un río pequeño de meseta de los que discurren por una trinchera entre los trigales.




Nos escondíamos del calor bajo la arboleda y buscábamos una sombra donde posar nuestros pájaros amarillos. Quince días antes habíamos disfrutado mucho, pero ahora, en los pocos días que tardaron los trigales en dorarse, ya  bajaba muy mermado de agua.
Estos ríos olvidados no los pesca nadie, sólo algún chiquillo que veranea en el pueblo y que tienta a los peces donde los ojos del puente abren un poco el cauce. Por eso nos gustan tanto.




Los ranúnculos forman grandes bloques, como icebergs en un agua blanquecina y arenosa. Entre medias quedan carriles estrechos por donde baja el agua amontonada. En ellos se emboscan las truchas bajo la marquesina de ocas, esperando que el calor tire algún incauto desde las ramas. Son lances cortos pero con derivas complicadas y conseguir una buena presentación no es nada fácil.



Con esfuerzo alguna trucha iba subiendo. Su color arena las acreditaba como auténticas mesetarias, su nobleza en la subida como castellanas viejas de abolengo. Truchas bravas y hermosas en un rio modesto y generoso, aunque sabíamos que serían las últimas truchas que nos daría esa temporada.




Cerca del puente oimos el Rascón. La zona era propicia, ranúnculos en el cauce y junqueras espesas en la orilla. El canto repetía ubicación regularmente. Cantaba cada vez con más insistencia y no parecía moverse a pesar de nuestro avance por el agua. Al llegar a los pies de una gran palera el canto se hizo frenético, tanto que dejé la caña y lo busqué con curiosidad... Ahora lo veo, está entre unas raices,... se acurruca y me mira... pero no sale volando....¿?
No podía.
Sus patas estaban atrapadas en una madeja de hilos.




Lo separé despacio y lo sujeté con cuidado por las patas para que no se dañara al forcejear.
No eran hilos, era nailon, y no sólo nailon, era un aparejo de ninfa montado con un muelle. Costó mucho liberarlo.



Hace años que abandoné la ninfa por la seca (con la edad uno se vuelve sibarita) pero recordaba el muelle de verlo reseñado en alguna revista. Es lo último en bajos de ninfa.
Así que este río olvidado que no pesca nadie, recibe pescadores aventajados lejos de sus escenarios más cool...pensé. Parece que alguien más sabe que este reguero de pueblo esconde truchas hermosas con el apetito intacto.

Hace un par de temporadas encontré un viejo bote de carrete fotográfico y lo eché al chaleco. Un bajo de confianza es vital en la pesca a mosca y ya es una manía rehacerlo en cuanto toma memorias y nudos. Los trozos los voy metiendo en el bote y cuando llego a casa lo reviso con cierto complejo de Diógenes. Al abrir el bote siempre me sorprendo. Una enorme madeja sale apretujada, sólo tras una jornada. La madeja se va al contenedor amarillo convenientemente troceada, en vez de quedarse en el fondo del río.

Algún publicista inventó aquello de "los pequeños gestos son grandes". Ciértamente para el Rascón lo fue. Durante la operación de desenredo su madre no dejó de llamarlo y viendo como se esfumó entre los juncos, seguro que recordará mi cara en sus pesadillas.

Aunque sea pequeña, todo lo que hacemos deja huella. Lo grande de nuestra especie, es que que podemos escoger que huella dejamos.








7 comentarios:

  1. Un relato cautivante y y una reflexión para tener en cuenta: "podemos escoger la huella que dejamos".
    Es bueno contar con un blog que no se limita a relatar hazañas y grandes capturas. Un poco de reflexión y filosofía mosquera es muy didáctico, especialmente para aquellos que miran los cauces, lagos y mares como fuente de peces y diversión en lugar de verlos como fuentes de vida que hay que respetar.
    Buen relato y mejor gesto!!!
    Saludos!
    Néstor
    http://fly-ness.blogspot.com/

    ResponderEliminar
  2. Qué placer es leerte Álvaro!
    Al igual que Ness, me quedo con tu último párrafo.
    Ya tengo ganas de volver a compartir jornada con vosotros.

    Un saludo!

    ResponderEliminar
  3. ¡¡ Precioso relato !! Los dos últimos parrafos dictan una filosófia de vida.

    ResponderEliminar
  4. Que razón tienes en esos últimos párrafos.
    Un saludo.

    ResponderEliminar
  5. También me sorprende la cantidad de hilo gastado en una jornada. Suelo meterlo en una bolsa estanca que llevo de repuesto para documentación o móvil.
    Es un acto que no cuesta hacer y que realmente redunda en el medio, donde siempre dejamos huella.

    Muy bonita entrada.
    Saludos.

    ResponderEliminar
  6. Muy bonita entrada Alvaro.
    Creo que a la hora de pescar, los pescadores, hablando de forma general, tendríamos que tener un poco más de consciencia ecológica.
    Quien no ha visto a algún pescador que se engancha las ninfas en el fondo rompe el nylon en vez de intentar desdengancharlas para no espantar a las truchas y poder aprovechar la postura? Hay que saber donde están los límites.
    Por otro lado, vaya río! como me gustan esos ríos, y lo mejor de todo, que escondidos están, tanto que yo no los encuentro, jejeje.
    Un abrazo y ya estoy esperando la próxima entrada.

    Pd, Por cierto, una suerte poder tener un rascón a "punta de cámara"

    ResponderEliminar
  7. sigo disfrutando, de rato a rato... como nunca pesqué... me parece mejor leerte que ir por los ríos... he de ponerte en contacto con un antiguo compañero nuestro de escuela, pescador del Orbigo...
    Gracias alvaro

    ResponderEliminar