jueves, 11 de octubre de 2012

TRUCHAS DE OTOÑO

El otoño es una primavera al revés que nos saca del verano y nos devuelve al invierno, que rinde el verde y deja el amarillo al descubierto. Siempre ha estado ahí, pero ese amarillo de los carotenos sólo puede verse cuando la clorofila desaparece.


Si la primavera es tiempo de promesas, el otoño es tiempo de cosecha y de recuento en los ríos regulados. Las truchas siempre han estado ahí, pero ahora es cuando dan la cara y podemos hacer inventario.
 
 
Estos ríos pantaneros han perdido su ritmo natural y ahora funcionan al revés. Aguantan el invierno amordazados por los pantanos que les roban el agua y en verano se desbocan bajando fríos y altos reconvertidos en canales de riego.
Las truchas llevan aqui una vida extraña, casi centroeuropea. Comen mucho bajo el agua y viven profundas, ignorando las eclosiones de superficie.
 
 
Llega el otoño y los pantanos cierran campaña de riego. La temperatura aún es alta y las truchas se encuentran con aguas templadas y serenas, buen tiempo y eclosiones, lo más parecido a un río natural.
El otoño empieza como acaba el verano, soleado y aburrido. Pero un día, sin hacer caso al calendario, cambia todo. Ese día entra el frío, el color vira del verde al amarillo y viran también las truchas. La apatía del verano se vuelve voracidad y pastan tropezones en la sopa que baja en superficie. Comen mucho, pero sólo delicatesen, el verano las ha engordado y han de completar peso con los bocados más nutritivos.
 
 
 
Tres son los colores, negro, pardo y amarillo. Tres los insectos, dípteros, tricópteros y efémeras. Salen de la caja patosas, hormigas, culirrojas, tricos de pecho de pato... y las ignitas, imprescindibles en tamaños diminutos y montajes impecables en cdc. Cada una en su hora y a su manera.
En la recta final rebuscaremos en la caja las rhodanis con las que empezamos temporada. Cerramos así el ciclo, la marcha atrás que lleva de nuevo al invierno frío y dormilón.
 
Presentaciones exigentes, pasos lentos en el río para clavar peces dorados sobre posturas doradas. Orillas con cuatro dedos de agua donde grandes truchas invisibles levantan la cara y toman moscas invisibles que bajan con la deriva.
 
 
 
El sol pide media jornada y sólo calienta un rato. Las noches se enfrían y se alargan, el reloj de los peces suena, el invierno se acerca y hay que ganar más grasa para el frío y la freza.
 
Porma, Esla, Órbigo, Luna, Carrión, Pisuerga... el escenario es artificial pero delicioso para un pescador a mosca. Enormes tablas y suaves raseras de fondos dorados, donde las melenas de macrófitos marcan las calles y los anillos de ceba el próximo objetivo.
 
El otoño viene a salvar la  temporada. Ha sido un año difícil por la sequía y con la bajada de caudales en los ríos regulados, muerde el hambre de enhebrar truchas.
 
 
Septiembre seca las fuentes o se lleva los puentes. Este año se han secado las fuentes, los permisos sobrantes y la soledad de los ríos. La avalancha de pescadores en los rios leoneses ha sido mayor que ningún año, atraídos por la moda y los buenos serenos de otoño que ha dejado este calor. Algunos tramos libres sin muerte han tenido un tráfico de pescadores nunca visto.
 
Me ha sorprendido la legión de pescadores de ahogada haciendo garita desde media tarde. Armados con silla de camping y bocadillo, sorprende la súbita conversión de algunos autóctonos "esnucadores", que han caído del caballo deslumbrados por la luz cegadora de la pesca sin muerte. Tal vez los recortes en el gasoil de la guardería y el seprona hayan animado a la conversión (por aquello de cumplir con la suegra o alguna cuñada).
 
 
Pero estas truchas saben mucho. Se han licenciado en verano y aunque despliegan posturas por todo el cauce, miran y remiran lo que comen. Hay que sacarse posadas mágicas de la manga y tentar con moscas bien peinadas.
 
 
 Y así, entre palmera y palmera una tarde sube la madre, dejando ese dulce sabor de boca que se paladea todo el invierno y nos ilusiona con la siguiente primavera.
 
 


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