domingo, 30 de septiembre de 2012

Gianluca

En los ojos de Gianluca hay un brillo adolescente saboreando el paisaje por primera vez. Camina despacio por la orilla y le hago un gesto para que me siga. No tiene prisa, replica mi gesto para que avance yo, pero la cortesía me obliga a dejar que sea el invitado quien pise primero el agua.
 
Pesa el sol en lo alto y el Esla baja dormido y raquítico. Gianluca ha venido a pescar con la ilusión de un estudiante que viaja en fin de curso. Arruga sus pequeños ojillos y remata cada frase con una breve carcajada, se asombra y sonríe con un mi piace, bellisimo.
 
 
La humildad es privilegio de los sabios. Si preguntas por un país con ríos mosqueros, seguro que Gianluca ha estado allí, pero después de pescar por todo el mundo, Gianluca sigue entrando en un río nuevo con la misma emoción de su primer río.
 
Antes de posar el otro pie en el agua, abre la funda de cuero que lleva en el cinto, saca su bastón plegable y busca apoyo en los cantos. Gianluca es un joven pescador inquieto que ya ha pasado de los setenta años.
 
 
 
Pienso a veces si llegaré a los setenta. Si es verdad que las truchas se extinguirán en noventa años aún estaré a tiempo de seguir pescándolas cada vez más al norte.
 
De vuelta al coche, me encuentro a Gianluca junto a Mario caminando por la chopera con sus bastones. Como los bueyes viejos, estos italianos saben donde crece el mejor pasto y cuando es momento de retirarse a rumiar bajo una sombra. Han pescado en la tabla la hora caliente, en silencio, pero con los ojos bien abiertos y después se han sentado en el talud a comentar el día sin dejar de mirar el agua.
 
 
Cuando llegue a los setenta no quiero pescar en la barra del bar, anclado en mis batallitas y maldiciendo el presente. Prefiero meterme en el río y volverme niño como Gianluca, abriendo mucho mis ojillos arrugados. Para descubrir el agua y embobarme con las moscas que patinan corriente abajo. Con la misma emoción de mi primer día, de mi primer Esla.


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