sábado, 11 de febrero de 2012

NENÚFARES y TRUCHAS

La primera vez que estuve fue hace dos años y cuando llegué pensé que me había equivocado. Tantas vueltas por aquellas carreteras perdidas me habían despistado, porque aquel río no podía ser el que yo buscaba.
Un rio lento, con agua gris y silenciosa, cubierto de praderas de nenúfares. El fondo ni se intuía y las orillas se alzaban como rascacielos de juncos curvados sobre el cauce. Mi ojos de pescador de truchas no encajaban aquel escenario.


El nenúfar amarillo es delicado y exige lagunas y rios poco alterados, tanto que se encuentra en regresión y ha desaparecido ya de muchos cauces donde antes era habitual. De hecho, hacía años que no los veía. Haciendo memoria sólo recordaba nenúfares creciendo en el brazo muerto de un rio luciero zamorano a muchos kilómetros de las truchas más cercanas.


Subí al coche y conduje despacio hasta el siguiente apartadero. Sorteé la espesa sebe de juncos y me acerqué de nuevo al agua. Agua lenta y más nenúfares. De nuevo al volante, pensativo, buscando el río y la siguiente entrada. En algún sitio han de estar los rápidos y las corrientes y bajo ellas las truchas que busco.
¿Tal vez bajo ese puente? Tampoco, los pilares se asientan en el mismo cieno gris y dejan pasar el mismo agua lenta. Otra vez los nenúfares.

El nenúfar amarillo (Nuphar luteum) parece un capricho exótico pero es una planta autóctona. Su grueso rizoma horizontal repta por el fondo anclando raices al lecho. Sus hojas flotantes llegan a los cincuenta centímetros alicatando de verde la superficie con formas ovales y acorazonadas. De cuando en cuando, emergen grandes flores amarillas, vistosas y solitarias como recién llegadas de un paraíso tropical.




La normativa anual calificaba este tramo como truchero y las tablillas no dejaban duda alguna, era el rio, pero no era posible. Este tramo ranero tenía más aspecto de recibir tanza y moruca para sacar tencas a fondo que truchas. Y sin embargo los nenúfares indican tramos bien conservados, por lo que estas aguas lentas y cenicientas debían estar bien conservadas. Mi cabeza resoplaba intentando cuadrar las piezas.
¿Nenúfares y truchas? No conocía nada parecido.

Me planteaba abandonar y hacer cincuenta kilómetros más para  pescar uno de esos sin muerte míticos, pero levanté la vista y apareció una nueva pieza del rompecabezas. Amarilla y delicada, como nacida de una flor de nenúfar, volaba una dánica. El icono de todos los catálogos de moscas, una auténtica Ephemera danica tan bella como la imaginaba. Pronto aparecieron más y mirando de cerca las telarañas, docenas de ellas habían estado eclosionando en las semanas anteriores. Junio terminaba y el maná amarillo se iba con él.



Con las cejas arqueadas balanceaba la cabeza mirando el agua. Tras unos segundos ausente, un gran anillo sobre el cauce me bajó a la realidad: una cebada,.. y otra más.
Las truchas no se veían pero habían llegado puntuales a la cita. Era la hora del aperitivo y tapeaban unos pinchitos daniqueros aquí y allá.
Ahora si que me quedo.

Más rápido de Clark Kent cambié los vaqueros por el vadeador y entré en el agua pleno de fe.
El chivatazo que me habían dado era cierto, este río es daniquero, pero yo esperaba el precioso río Avon de Oliver Edwards, con orillas rodeadas de plácidos pastos sobre aguas rápidas y cristalinas. Este río se escapaba a la lógica aunque, bien pensado, un leonés que en pleno junio viaja a Castilla para pescar truchas escapaba aún más a la lógica.


Una versión personal de las mohican mayfly de Sir Edwards atada sobre un terminal nuevo y a probar suerte. Mi cabeza sentencia que es imposible que vean la mosca en este agua enlolada. La primera trucha no opina lo mismo. Pequeña pero explosiva, como si quisiera comerse un surfista... que bocado!
Las siguientes surgen en sitios anodinos y tengo que buscarlas sobre cebada caminando tan lento como un perezoso cabeza abajo. Cualquier espacio podía ser una postura entre tanta agua estancada.


Llega el final del día y los guardas al fin me encuentran. Su gesto atónito corroboraba que habían pedido la licencia a un extraterrestre.

"¿Que usted pesca con qué? Pero hombre, si aqui lo que funciona es la cucharilla plateada de toda la vida, además hoy con la tormenta no se pesca naa"

Empapado y sonriente me arrepentí de haberles dicho la verdad sobre cuantas truchas había clavado. Mirándome por encima de las gafas, faltó poco para que me multaran por fariseo con agravante de forastero.

Con la promesa de volver, ese invierno enfermé de fiebre amarilla. Busqué  materiales, teñí cuellos y preparé una batería de munición amarilla en seda, antrón, foam, cdc, pecho de pato, gallo flor de escoba... y cualquier retal amarillo a mi alcance. Nunca imaginé que existieran tantos tonos amarillos diferentes.


Este año he vuelto. Los nenúfares seguían en flor pero las dánicas han sido irregulares en las eclosiones con esta primavera tan atípica. La segunda mañana fue trabajosa y costó sudor pescar unas pocas.
Sentado sobre el muro del puente repasaba el día mientras apuraba el chorizo de la tierrina. Bajo el puente un corro de truchas besa el agua y dejo el almuerzo. No se ven dánicas y repaso la caja, ¿emergentes? ¿dipterillos diminutos? ¿quironómidos....ignitas? Probemos.

Media hora de julepe me devuelven la humildad. Nada funciona, pero siguen comiendo. Tal vez ellas no vean mis moscas,  pero yo tampoco veo lo que comen ellas en esta sopa gris.
Cambio de mosca. El escenario es digno del mejor lodge patagónico, aguas paradas, frondosas orillas, calor... y recordé la máxima del viejo pescador: "cuando no quieren bocaditos...chuletón!"
Sin pensarlo ato una chernobil. ¿Por qué no?

Primer lance y primera subida. Es una trucha pequeña pero no ha dudado, la clavada es limpia. No ha sido casualidad, varias repiten.  Parece que  los buenos bocados funcionan en este río y sobretodo parece que quitar barreras mentales de la caja de moscas funciona aún mejor.



Las jornadas siguientes abandono León de puntillas. Mientras mis paisanos mosqueros siguen discutiendo sobre el enésimo tono de la carne y la carnina, yo sólo pienso en nuevos lances con las moscas que he preparado para hoy.
Pruebo escarabajos, saltamontes y pajarotos sin parar de hacerme preguntas. Acabo junio lejos de casa y con la mente vacía de todo lo convencional. Pero ahora sé que es cierto, salir de los límites de los conocido a veces depara sorpresas y casi siempre es una excelente higiene mental.
¿Que sorpresas traerá el 2012?

7 comentarios:

  1. Normalmente los límites y los complejos nos los ponemos nosotros solos.

    Me alegro que el club de las chernobyls tenga cada día más socios jejeje

    Un abrazo Álvaro!

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  2. La fiebre amarilla, es una enfermedad anómala, pero se ceba con aquel que la sufre.
    Aguas turbias que esconden grandes ilusiones y esperanzas.
    Bonita crónica y fotos. Saludos.

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  3. Cómo me suenan esos nenúfares de fiebre amarilla!!!! Me da que tuvimos el mismo chivato... jejeje. Eso sí, nosotros no tuvimos tanta paciencia en aquella jungla ;-)

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  4. !Qué belleza de río¡ Cualquier captura en esas aguas, tiene un marco incomparable para que sea de lo más especial.
    Gracias por mostrárnoslo.
    Saludos

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  5. Un río impresionante. Nunca me imaginaba pescando truchas entre nenúfares, pero veo que es posible.
    Bonita entrada.
    Un saludo

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  6. Sí señor, las Chernos al poder, en ocasiones los peces nos sorprenden…que numero de Guterman tenía el foam?? Jaja
    Estupenda entrada y sobretodo muy bien escrito, da gusto leerte.
    Un saludo.

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