viernes, 13 de noviembre de 2015

GENTE RARA

Pasan las temporadas y cada  vez es más difícil coincidir con los compañeros de pesca que más añoras, con aquellos que compartes la misma forma de mirar el agua. Este año, apenas hemos pescado algunas truchas juntos, así que nos propusimos con tiempo cuadrar agendas. Aún así, echamos de menos a buena gente que finalmente no pudo venir. 


A primera hora, echas un café en un bar de pueblo y enseguida salen las anécdotas y los viejos chascarrillos, como si te hubieras visto ayer. Es el círculo íntimo donde sientes el calor de los amigos, el ambiente donde pierdes el pudor y en mi caso, donde confieso abiertamente que sufro una dualidad contradictoria y políticamente incorrecta, las dos caras de mi pasión por la pesca.

Saboreo la pesca como pocas cosas en la vida (casi hasta la obsesión) sin embargo, el ambiente de pescadores generalmente me aburre y hasta me subleva, porque a menudo está intoxicado de soberbia y vanidad (generalmente con voz condescendiente).
Por eso valoro tanto tener estos amigos, porque cuesta encontrar pescadores que se aprecian por lo que son, no por lo que pescan. Que se apasionan por la pesca como parte de su pasión por la vida. Gente rara en definitiva.

Un sábado de sol vale un potosí después de tanto remojo, así que salimos de viaje en dirección a nuestro reservorio favorito.
No es nuevo, no tiene bar, ni está de moda, pero tiene 8.650 hectáreas y no hace falta madrugar para coger sitio. Además es gratis y tampoco necesitas portacañas, sólo buena vista y un par de piernas que por mucho que anden nunca dan la vuelta completa al lago.




Otoño es buena época para tentar barbos en las playas blancas, sobretodo porque el nivel de agua está subiendo y los peces acuden buscando los pastos inundados. Si el viento revuelve el día, el oleaje sobre la orilla traerá peces cosiendo las olas con su ir y venir hambriento.


Pero la teoría falló, no encontramos olas, ni pastos inundados, sino el agua como un plato, el aire dormido y un sol de esos que pican. Por enésima vez tocó adaptarse, borrar disco duro y buscar los peces con gesto de aprendiz.
  

Cabezas de carpa en la orilla delatan las andanzas de las nutrias y el rebañar de sobras del raposo, en medio quedan los dientes faríngeos como molares de dentista.


Elegimos la única opción posible para pescar a seca: carpas pastando en superficie "sopa de restos". Buscamos bocas besando el aire y engañamos algunas.




 
Iban saliendo con cuentagotas y apuramos hasta el atardecer, pero a pesar de que la tarde trajo aire, la luz de noviembre se va pronto y con ella los peces. No nos importa, mientras oscurece la charla de orilla da por bueno el esfuerzo del día, porque somos gente rara.







La jornada siguiente el aire dio la  vuelta al día, moviendo olas de mañana y dejando el agua en calma por la tarde. Con el aire llegaron los barbos, serios, irritables e huidizos, escupiendo la mosca y dando media vuelta con un coletazo en el momento justo de clavar.

 
Su desconfianza era el yunque que desgastaba nuestra fe y aunque las capturas fueron pocas, hubo un barbo que bien mereció el viaje. Se trata de un macho que presentaba pedúnculos de celo clarísimos… ¿en noviembre?
 

No sé si es una curiosidad científica, o una prueba más de que los peces, como nosotros, también son gente rara.

5 comentarios:

  1. Buena entrada. El sábado estuve por la misma zona, y también los encontré extremadamente desconfiados y la orilla repleta de restos de carpa. Eso sí, ningún barbo ¿será que están más prevenidos contra las nutrias? Saludos

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    1. Quien sabe... siempre ha habido nutrias allí. El pantano estaba al revés, bajando en vez de subiendo y la comida sólo está en la orilla cuando se inunda de agua o el oleaje las golpea y arrastra comida al agua...un misterio. Pero lo cierto es que la talla de los barbos que visitan la orilla es muy "estandar" y tienen costumbres parecidas, aparecen o desaparecen todos a una... En fin tenemos material para "rumiar" teorias todo el invierno jejejeje.
      Gracias por comentar y por madrugar tanto!
      Un saludo

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  2. Buena entrada. El sábado estuve por la misma zona, y también los encontré extremadamente desconfiados y la orilla repleta de restos de carpa. Eso sí, ningún barbo ¿será que están más prevenidos contra las nutrias? Saludos

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  3. Yo estuve más al sur y el agua si estaba subiendo en el pantano. De barbos ni rastro, sólo las carpas pastaban por las orillas y las grullas pasando y pasando. Pronto llegará el frío, así que esa mañana fue un regalo. ¿Gente rara?. claro...

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    1. jejeje barbos raros, gente rara... me encanta la anarquía!
      Un abrazo

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