sábado, 1 de junio de 2013

PERDIDOS EN LA MESETA

Hemos vuelto a la Meseta. A navegar los mares de cebada pasando revista a legiones de viñedo  en formación exacta. Cepas uniformadas con corteza vieja y brotes de verde nuevo nos saludan.
Hace unos días recibí la llamada que espero cada primavera. El informador transmitía un mensaje codificado: "Ya comen ignitas, vente". Una  caja de carnes como salvoconducto y el guía me recogió en el punto acordado.
 


Hace casi quince años un trabajo casual me dejó en mitad de la estepa obligado a vagar por su vacío durante dos años. Con un viejo Land Rover y una soledad desnuda recorrí sus páramos siguiendo la mirada ámbar de los lobos entre las avutardas. Me transformé en un vagabundo enamorado del pantone de verdes y ocres, los horizontes interminables, los barros temibles, los muros de niebla y el sol justiciero.
A pesar de conocer cada rincón, nunca sospeché que las truchas que añoraba en mi León natal también surcaban los mares de cereal de la meseta. Tuve que esperar diez años para tropezar por casualidad con otro lobo estepario, Joaquín Herrero, empeñado en descubrir paraísos de pesca en mitad de la nada.
 
 
Guiado por este guardián de secretos, ahora vuelvo a esos páramos de árboles náufragos y pueblos errantes, reclamado por sus truchas tan recias como el clima.
 
Estas tierras son fecundas en pan y vino, lo suficiente para andar el camino. Los ribazos del perdedero son pasto de las churras, esa tribu de cara pintada y pelliza de lana que asedia las tapias de barro de los pueblos.
 
 
 
 
El lobo estepario viste moscas en el invierno oscuro y sale de pesca en viento favorable cuando llega la luz de primavera. La cabeza de Joaquín encierra un mapa enorme con toda la meseta. Un mapa escrito en la memoria con los recuerdos de sus manos, acariciando las espigas verdes como aquel gladiador hispano.
 
 
Me explica que ha hecho recuento y que son más de cuarenta los ríos trucheros de meseta sólo en Castilla y León. Poblaciones de trucha escondida con densidades y tamaños en ocasiones muy superiores a cualquier cauce estrella de la orden anual de vedas.
He pescado aquí mil veces pero en mil puntos distintos, por eso Joaquín se ríe cuando vuelvo a equivocarme con el pueblo que se ve a lo lejos. El espacio es inabarcable y entrar en el agua es cambiar de dimensión, sumergido en un tunel verde con un fuerte tiro de agua que te rebasa el pecho y te enfría con rapidez.
 
 
Acaba el mes de mayo y las truchas comen ignitas a la par de paraleptoflevias, tabacos y carnes en el mismo día. Los anillos de ceba no cesan y cada lance tiene respuesta, aunque son tan rápidas que apenas puedo reaccionar. Con tantos kilómetros de río Joaquín puede hacer "barbechos" dejando descansar cada tramo varias semanas antes de repetir jornada. Se nota que las truchas de hoy hace mucho tiempo que no ven un pescador, quizá desde el año pasado.
 



 El día está fresco y añoramos el calor de otros años. Recordando el calor recordamos aquel día de pesca en este lugar mientras grabábamos un documental para Bicho Prods.
Mirando las fotos parece un recuerdo en blanco y negro, como esas fotos viejas que enmarcas para no olvidar ningún detalle.
 
 
 
Murphy se presenta cuando aparece una cámara y no fue un día de los buenos para este  río, pero da igual, compartir la pesca y conservar el recuerdo en imágenes es suficiente. Sobre todo si el buen hacer de Carlos está detrás.
La revista Dánica lo edita en su último número junto con el recuerdo de aquel río patagónico que le enamoró y del que tanto nos ha contado.
 
 
Con ríos trucheros a quince minutos de mi casa he gastado mi día libre en recorrer casi cuatrocientos kilómetros para pescar en la meseta y confieso que no sabría poner en un mapa el lugar exacto que he pescado.
Son tantos ríos y tan olvidados que prefiero no recordar el lugar, así seguiré creyendo que ha sido un sueño, que pescaba un oasis en mitad del desierto verde junto a un nativo llamado Joaquín... perdidos en la meseta.
 

9 comentarios:

  1. Que maravilloso relato. Que de alegrías me ha dado ese río, parece que ya despierta...

    Saludos.

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  2. Joder Álvaro, que envidia me da como escribes cabronazo. Mañana me voy para Zamora, estaré unos cuantos días con Joaquín que después de llamarte a ti ayer me ha llamado a mi y me ha puesto los dientes muuuy largos y muy nervioso jejeje, solo me dijo: Ya están aquí!

    Bueno, a ver si nos podemos ver por Castilla... o por León jejeje

    Un abrazo!

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    1. Yo tengo el petate preparado para salir en cuanto tenga un hueco... la fiebre amarilla ya anda rondando.Que haya suerte Alfonso!

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  3. Preciosa entrada de un pequeño tesoro.

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  4. Esos pequeños ríos que casi no tienen nombre ni en los mapas... Si no pescáramos no sabríamos de ellos, ni de la belleza y la vida que guardan. Menos mal que de esos, aún, no han hecho represas ni otros estropicios. Me gustaría que fueran invisibles. Casi lo son. Y que sigan siéndolo.

    Me ha gustado mucho la entrada. Merci.

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  5. Es increíble que después de que los agricultores secaran kilómetros enteros el verano pasado sigan quedando peces.

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  6. Es sorprendente la capacidad de estos ríos para llenarse de vida cuando los olvidan... ojalá sigan siendo invisibles.
    Gracias por comentar y un saludo!

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  7. Acabo de ver el documental, sencillo y precioso. No hace falta salvajes y grandiosos paisajes siberianos, patagónicos o alaskeños para hacer algo atractivo para el pescador. Gracias de nuevo.

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  8. Me alegra que te guste. No sé nada de producción audiovisual, pero si sé que este documental ha estado rodando varios años por las editoriales y las cadenas de tv. Para los pescadores de salón que viven la pesca desde su despacho y llenan sus pocos días de pesca con salvajes y grandiosos paisajes extranjeros, es difícil trasmitir la emoción de esta pesca,que endulza la boca con un sabor delicioso y una sensación de comunión con el entorno difícil de encontrar. Gracias por tu comentario... me hace sentir menos "raro"

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