domingo, 28 de diciembre de 2014

DESPIDIENDO EL 2014

Despedimos el año con el sabor de las imágenes de temporada en la memoria. Los nuevos paraísos viven en un lugar de la memoria donde siempre queremos regresar.




Nos vemos en la orilla.

miércoles, 17 de diciembre de 2014

DE MANGLARES Y DIOSES

El año se acaba y teniendo las vacaciones sin disfrutar, las fechas apremiaban. Los días cortos y las heladas de madrugada no apetecen y con esta  pereza de frío, decidimos tirar de tópico e irnos lejos buscando el calor del Caribe.

Acostumbrado a viajar ubicando en el territorio los cauces y sus peces, esta vez nuestro destino carecía de ríos en los mapas. Yucatán es una península de corales emergida del mar durante milenios. Con un clima tropical lluvioso, la porosidad de la caliza se traga la lluvia dejando un paisaje de cenotes y aguas subterráneas sin posibilidades de pesca.


Debíamos mirar al océano, a los manglares costeros que sujetan la arena blanca y protegen el engorde de alevines en las lagunas interiores. Siguiendo la estela de los pescadores gringos por los flats, buscamos pescar a mosca los nómadas del mar que entran en estas aguas someras. Didac nos envió el mapa del tesoro con la ruta precisa, debíamos hacernos a la mar y arribar en la costa maya.

Rodeados de selva, compartíamos alojamiento con residentes para quienes lo exótico viene de la otra orilla del atlántico.

Hace casi veinte años, la primera vez que caminé por la selva, me sentí engullido por el vientre de un animal enorme. Empapado por la humedad y su olor orgánico, sentía el ruidoso bullir de sus vísceras como si formara parte de la digestión lenta de sus tripas.


 
 
 

Acompañando el amanecer, viajamos hasta el final de una pista abierta a machete entre la vegetación. Un pequeño pantalán abría la enorme laguna ante nosotros. Una lancha nos recogería hasta el lodge y desde allí, nos esperaban sesenta kilómetros de viaje por el manglar hasta nuestro destino de pesca.

Nadie conoce el manglar como Felipe, los últimos dieciséis de sus cincuenta y ocho años los ha pasado guiando en este endiablado laberinto de canales, bosquetes, bancos de arena y rocas acechantes como minas submarinas. La oscura piel de Felipe sabe mucho de agua y de sal, antes de ser el veterano del lodge, ya pescaba tiburones en alta mar y langostas a pulmón.

Cada rincón del manglar es un vecindario ruidoso poblado por pelícanos, ibis y garcetas, vigilados por cocodrilos pacientes y fragatas como cometas sin rumbo.

 

  
  

Caminos invisibles en el agua nos llevan a tierra. Es una la playa minúscula de uno de los miles de islotes de manglar. El árbol del mangle coloniza este paisaje casi lunar, anclándose en la arena con una determinación a prueba de huracanes.


Unos ermitaños a jigging para Raquel y unos Crazy Charlie para mí, serán nuestra ofrenda a Kukulkán, el dios maya que creó vida por medio del agua. Raquel no tarda en clavar su primer bonefish y uno tras otro arranca casi un pez por lance.


Felipe me marca las once sobre la proa y empato una mosca más pesada que profundice mejor. Es un trabajo para el chorongo. Casi a pie de lancha un Jac toma la mosca y desaparece mar adentro. La pelea con estos peces contiene toda la fuerza del mar, un empuje que los convierte en locomotoras imposibles de parar en el primer arranque. Este es el genio que sacan nuestros salmones y reos, el empuje del agua salada brillando en sus escamas.


La pesca es generosa, trayendo bonefish, jacs, permits y una barracuda que se adelanta a Raquel partiendo en dos su macabí antes de llevarlo a la mano. Quien sabe que peligros habrá creado Kukulkán en las profundidades.



Un almuerzo ligero endulzado con el sabor de la victoria y las manos de Felipe toman la pértiga que nos empuja de nuevo a la laguna. Ha llegado el momento de desembarcar, buscando lanzar a pez visto. Dejamos pasar la sombra de una raya que se aleja, antes de echar los pies al agua y Felipe me guía bajo un sol de justicia en un escenario inundado de luz y agua cálida.




Raquel se queda cerca de la lancha. Desde lejos puedo verla peleando un bonefish mientras una fragata repite picados una y otra vez intentando robarle el pez. Los piratas del Caribe no distinguen bandera, pero con el pez rendido puede al fin defenderlo ahuyentando al pájaro.

 
 
 
  

Queda mucho camino de vuelta y el aire de la tarde complicará el oleaje para la navegación, hemos de irnos ya. Apuramos los lances con los últimos bonefish y algún blue runner. De camino al pantalán vemos bajar el telón sobre el manglar apagando las luces sobre la tramoya de nubes.

 
Dice Felipe que los pescadores de hueso colorado, los que viven la pesca de corazón, saben esperar el pez de su vida, ese que ha de saciarnos el hambre, haciendo pequeños a todos los demás.
El gran azul esconde secretos leviatanes que seguimos buscando. Por eso no nos conformamos y de vuelta al hotel, esperamos en la playa el sol de la tarde.

Cuando el último turista levanta su toalla sacamos el equipo escondido bajo la tumbona. Lanzando y recogiendo al compás, entre las once y la una, engañamos el último bonefish del día a las puertas del hotel.

 

 
Kukulcán, dios maya de la tempestad, creó vida por medio del agua y trajo a los hombres el fuego. Este mar enorme, fecundo de vida, detiene la línea para que el carrete inicie su chillón canto de sirena, ese que no te deja oír nada más, ese que mantiene vivo el fuego dentro de nosotros.