domingo, 27 de abril de 2014

LA ÚLTIMA DEL PRIMERO


La última trucha de la primera jornada, es como el último baile de la primera Nochevieja. Después de desear tanto tiempo ese día, el momento escapa tan rápido que casi ni se roza.

La apertura de este año ha sido deseada más que nunca. Convaleciente durante semanas tocaba esperar, desear con ansia que el cuerpo se entonara y me permitiera acercarme al río. Tanto deseo junto, encerrado en casa, me consumía.

Y el día llegó. Carretera por delante y al fin conduciendo sólo. Río alto, gruñón y con restos de avenidas cosidos a las orillas.

La cuadrilla uniformada, con cañas relimpias, carretes apunto y chalecos equipados al detalle, dando un aspecto de niños buenos esperando inmaculados su primera comunión. Por fuera uniformados iguales, pero por dentro vestidos con trajes diferentes. En los bolsillos secretos del chaleco, hilos de estreno, moscas repeinadas y también nuestros silencios, el ardor de nuevos proyectos, la curiosidad de lo nuevo y el dolor intenso de la pérdida, que arde y no se consume.



Viejos amigos y caras nuevas, cuadrilla variopinta la del primer día. Una piedra enorme del camino, como rebotada de algún meteorito hecho pedazos, nos miraba reconociendo la cara de los residentes y cotilleando a los invitados. 


Nuestro anfitrión marca la hora y la eclosión llega en el momento previsto. Una flota de paraleptoflevias baja con la corriente y los primeros anillos dan la salida. Son subimagos, con tono vinoso y tabaco que dirían los de pluma. Revolotean torpes y se enredan en las telarañas.


 Entramos al agua. Apuramos hasta la misma sobaquera del vadeador, cortando el agua como un rompehielos. Los brazos en alto ondean la línea con genio de domador de pista central.


Avanzamos. Al agua o sobre cebada, devoramos el tramo lanzando a discreción. La fórmula para hoy es subimago en dubbing y cdc al final de un 16. Van saliendo truchas y las dudas sobre la mosca o el grosor del bajo se esfuman. Nada sobre las truchas frías de abril y los bajos de un dígito con perdigón, sirven en este río.


 El primero de los días guarda una tarde serena, extraña para principio de temporada. Los subimagos se rompen la camisa y vuelan los imagos tocando palmas. Sin viento y con sol templado las truchas se colocan de nuevo, parece junio este abril caliente. Las alas plateadas de los imagos tocan el pelo enmarañado de la corriente y suenan cohetes de fiesta, las cebadas suben y revientan en el aire con su chasquido.

 
Hay que cambiar la mosca por una seca aún más seca. Joaquín tiene la receta, bodyquill para el abdomen y parachute indio para las alas, tabaco y plata para citar las truchas en suerte de varas. Luego la calma, esperando la ceba y trazando la deriva en una jugada de billar.

Al final de la tarde, sobre el puente abandonado de hormigón, los últimos de la cuadrilla esperan sentados. Con el vadeador por la cintura y el bocadillo en la mano, escuchan la poca vergüenza de la última trucha. Esa última trucha que invita giñando el agua con un “flop” sonoro y seco.


¿Bocata o trucha? Grita Varo.
“Trucha” respondo, mientras me agacho por la rasera para tomar posición de tiro. Es la última trucha del día, la que dejará un sabor dulce o una sed inquieta en la garganta.
La trucha no vuelve a asomarse. Ha esperado a verme a su espalda para dejarme plantado. Tengo una cita con ella, en la próxima jornada, para sacarla a bailar. Mientras llega el día, el ronroneo de lo que hice o dije para que no quisiera subir, me perseguirá toda la semana.

Sentado sobre el puente escojo bocata. Bajo este sol templado, el cereal crece y el río se aleja buscando el mar.

Nos sentimos libres y felices mirando el agua, no necesitamos nada más, quizá sea porque el río nos corre por las venas.