Hace unos días, revisando documentos de trabajo aparecieron por casualidad. Estaban herrumbrosas y rígidas como papeles muertos. Victoriano Crémer, el centenario escritor y poeta, las guardaba en su biblioteca personal mezcladas con un montón de fotos viejas.
Son dos fotografías en blanco y negro, con un apunte a lápiz en el reverso.
La primera reza: “Vegacervera”, la segunda: “Porma 1973”.
Al verlas, me he visto en esas aguas, hace muchos años.
Las miro y remiro muy de cerca. Con
el contorno pixelado, adivino una boina, una chaqueta de corte, cesta de mimbre
y botas altas de gaviota. Mis recuerdos le suman marianos de algodón blanco y
calcetines de lana, de esos que picaban tanto, enroscados sobre la pana. En
la cesta una lata de sardinas y un recorte de chorizo junto a la
gusarapera y una naranja manchada de trucha rodando de lado a lado.
Me recuerdo pasando el verano en
el pueblo, siempre en el agua, con una caña prestada, ríos libres y todo el
tiempo del mundo. Los domingos el sermón de misa cronometrado, para salir a
tiempo de llegar a la mosca.
Sólo quería truchas, truchas y más nada.
En casa escabeche y sopa de
trucha y en la carretera los pescadores finos esperando el coche de línea para
venderlas espetadas en una palera. Cuantas copas se pagaron con las pesetas de
las truchas y cuantas cartillas de ahorro infantil engordaron con las pescatas
vendidas a los restaurantes.
Quedan pocos días para el inicio
de temporada en esos mismos ríos y reviso equipo para el 2014. En las etiquetas
leo goretex, thermolite, vibram, fibra de carbono, fluorocarbono, polarized,
tungsteno...
En la estantería, bajo los libros de pesca, tengo aparcado un carrete
Mitchel 350 relleno de tanza, tecnología punta para las truchas de 1973. Ya no hay mojaduras de día entero, riñones fríos, pies arrugados, ni
necesitamos fogatas junto al río para combatir la nevada de San José.
No sé decir que tiempo pasado fue
mejor o peor, pero es cierto que hemos cambiado. Han cambiado las leyes, los
materiales y alguna conciencia. Aquella ingenuidad de lo inagotable se fue y
hemos necesitado cambiar las leyes y refundar el progreso para no quedarnos sin
peces.
En 2055 puede que alguien
encuentre imágenes en un viejo disco duro, herrumbroso y rígido y recuerde como pescaba de
niño. Si lo pienso, me sube un escalofrío.
¿Cuanto habremos cambiado entonces?
¿Cuanto habremos cambiado entonces?