jueves, 22 de agosto de 2013

VENENO

"Desde que era un retaco ya quería ir a pescar... ¡pero si nadie en la familia pesca! No me explico de dónde ha sacado este guaje tanta afición"

Los chavales no pegan ojo desde hace días. Hay muchos kilómetros de orilla para  investigar y los primos están felices. La ilusión de descubrir qué hay en la siguiente orilla mantiene la chispa en sus ojos. A los tres nos basta con ver los barbos y emboscarlos antes de que huyan para llenar el día, los tres masticamos el  veneno.


Con el agua  alta y las orillas enlodadas no se puede hacer mucho. Sentados en la ladera su madre nos reparte cecina y queso para continuar la guardia. Las ondas marcan otro pez que se acerca hacia nosotros. Cuando nos alcanza lo miramos, no es un barbo, es un enorme bass vagueando por la orilla.
En la tercera pasada apuramos la cucharilla cerca de la boca... mordió!!


Encuadro la foto que soñamos cuando teníamos nueve años. La escena se contará mil veces y en cada ocasión será un pez más grande y una pelea más épica. El veneno de la pesca provoca estas fiebres y deja una dulce resaca tras viajar allá  donde fuimos felices sosteniendo nuestro sueño con las manos.

jueves, 8 de agosto de 2013

MONSTRUOS

Recién atravesada la frontera portuguesa, el Duero es un río represado y profundo que recoge el agua de una cuenca enorme plagada de invasores.
Un cartel en el embarcadero suena a broma colocada por algún turista simpático. Rodeado por agua quieta y oscura, el entorno parece un escenario propicio para ser devorado por algún monstruo en cuanto dejes de mirar el río.
 
 
Subimos aguas arriba, a uno de los últimos embalses antes de cruzar la frontera. El nivel sigue altísimo y el sol abrasa el agua provocando un bloom de fitoplancton. En el cielo los  buitres nadan en un aire viscoso y recalentado mientras las carpas planean sobre la sopa verde batida contra el muro del pantano.
 
 
 
Todo se queda quieto, sin ganas, abochornado por el calor. Sobre esta calma de espejo se encaraman al islote la silueta del cormorán y la carrera chillona del chorlitejo.
 
 
 
 
Yo también me subo a la roca. Busco aletas, señales de bigotudos en travesía a los  que servir un bocado. El agua cristalina de las playas me ciega y disuelve las siluetas, así que lanzo inseguro a las sombras.
 
 

 
Los barbos de verano son dorados y rechonchos. Con mucho genio en la pelea, pero delicados fuera del agua bajo un sol tan severo. Mientras espero, libélulas color Ferrari toman tierra girando sus ojos de esfera en busca de viajeros descuidados.
 
 
Frente a nosotros, un monstruo extraño toma el sol sobre las rocas. Ha emergido de las profundidades buscando aliento. Es un ser fabuloso con cuerpo de serpiente y cabeza de pez.
La culebra acuática ha cazado un pequeño lucio. Es una culebra mediana y el lucio no pasa del palmo, pero juntos forman un tándem monstruoso luchando cuerpo a cuerpo hasta que uno se rinda o los dos pierdan la vida.
 
 
Pequeños monstruos luchando bajo las aguas. Escenas de muerte que se tropiezan con nosotros por casualidad.
En adelante tomaré más en serio los carteles, no sea que la próxima escena incluya a un mosquero incauto que dio la espalda a las aguas oscuras... tan sólo un momento.