martes, 31 de enero de 2012

MENÚ DEL DÍA

Un viento helado y chispeante de nieve sobre la cumbre del Fontún nos ha bajado pronto de la montaña, dejándonos una larga tarde de domingo refugiados en casa. Recogido en el cuarto de montaje repaso modelos y materiales pensando en la próxima temporada. Abro la caja de moscas y la variedad de colores se ve como esos carteles de los restaurantes repletos de platos combinados, donde hay bocados para todos  los gustos.



Hoy el menú del día tiene de plato principal ecdyonúridos. Los extiendo sobre la mesa y hago recuento de raciones. Echo de menos algunos modelos, así que busco el menú en la carta y reviso los ingredientes en la ficha de montaje.




Me apetece una ración de torrentis, así que me visto de chef y me pongo a la faena: anzuelos sobre el fogón del torno y a cocinar unas moscas... con fundamento.




Dentro del género Ecdyonurus spp. la especie torrentis es la más montaráz. Se encuentra en aguas rápidas, donde sus vuelos de cortejo concentran buen número de adultos en las horas centrales del día. Es un bocado jugoso que las truchas buscan activamente, cebándose casi en cualquier momento soleado del día desde el mes de mayo hasta bien entrado agosto.

Se trata de una mosca grande cuyas imitaciones no faltan en la caja de los pescadores de montaña. Su buen tamaño, su amplitud horaria y de fechas la convierten en una mosca de conjunto muy efectiva.
Aunque cada uno tiene su versión favorita, generalmente se monta en tallas no inferiores al #14 en tonos teja o rojizos muy vistosos.

Joaquín Herrero creó una excelente imitación cuyo montaje original ata sobre un #12 un cuello tradicional mezcla de rubión y grizzly. Joaquín lo llama el "pardosaurio" por su gran talla y en las aguas rápidas es muy agradecido por la cantidad de truchas que levanta y lo benevolente que es con la presbicia.

Con permiso del maestro Joaquín he adaptado (mejor "apañado") diferentes versiones para diferentes situaciones en el río. El pardosaurio clásico en un #12 llega a montarse en un #10 para los pozos profundos y torrenteras más movidas. Parece excesivo, pero es necesario hacerla visible a las truchas más empozadas ya que pocas truchas dejan pasar tan buena tajada. Un cuello abundante con fibras exageradamente largas (superando la curvatura del anzuelo) mejora su flotabilidad. Comienzo el montaje con mi particular manía de montar colas muy largas que me anima a creer que ayudará en la navegación actuando de "patín" (cada cual con sus fantasías).



Muchos pescadores de aguas rápidas prefieren el parachute puesto que son montajes fáciles de ver y se presentan con rapidez en espacios pequeños. Un segundo basta para que plaquen y deriven con garantía. El cuello es el mismo del montaje clásico pero colocado en un paracaídas muy poblado para sujetar tanto peso y con un poste vistoso.


Tras el agua movida encontramos muchas veces agua parada y pequeñas tablas. Las truchas tienen aquí tiempo de mirar lo que comen y nuestro peludo bocado a veces las desanima. Así que cambiamos de versión jugando con dos ingredientes: talla baja y cambio de montaje.

Para bajar la talla montamos el modelo en emergente sobre un #14. Importante no olvidar un cuello escaso, un abultado saco alar y una generosa exuvia que empape el agua. Ha de navegar bien placada, casi hundida, en el límite entre el agua y el aire. Allí donde la larva que sube del fondo rompe su cutícula para emerger como adulto.




La otra posibilidad es cambiar de montaje. El cdc nos ayuda a desnudar la mosca dándole un aspecto más natural, gracias a esas alas verticales que dibujan una silueta inequívoca de efémera. Subir de un #14 supone rozar el límite de flotabilidad en un montaje tipo cdc. Unas alas perfectamente verticales y alguno de los aceites especiales para el cuerpo  retrasan el hundimiento.




Los últimos veranos he preferido la alternativa de la seda. El rojo burdeos brincado en limón atrae antes las miradas de las truchas sobre su cuerpecillo estrecho y alargado. Esperando el momento adecuado, me reservo a presentarla cuando veo clara la postura. Bien seca en deriva libre, se vuelve francamente apetitosa.



El conocido montaje MP81 de Marc Petitjean es un buen ejemplo de ecdyonúrido venido a más. Es una mosca grande que mejora su flotabilidad usando cdc teñido para el cuerpo y cercos en V. Un poste blanco entre las alas da licencia para bajar corrientes sin perderla de vista.

Esta popular mosca de conjunto que los españoles llamamos "Barón rojo" (o ""Barón cojo" como diría mi amigo Carlos) nació en Suiza en el seno de su tradicional y numerosísima familia de montajes en cdc, conocidos internacionalmente de la mano de Marc Petitjean.


También existen Barones negros, verdes e incluso azules y todos pescan, muestra de que el modelo funciona en las movidas aguas suizas y en el resto del mundo.

El desembarco del Body Quill en el laboratorio de ideas de Paco Lizarraga (Paco "Maravillas") ha traido brillos y texturas innovadoras en modelos que las truchas comen con gula. El humilde ecdyonúrido de menú del día, se convierte en fusión y alta cocina de la mano de Paco, nuestro Ferrán Adriá del montaje.

Las truchas estan pasando el invierno pendientes de la freza y los hielos, yo me quedo entre fogones, cocinando a fuego lento. Cuando llegue el verano subiré a la montaña, abriré mi fiambrera y presentaré a las truchas su plato favorito: ecdyonúrido en salsa de dubbing con reducción de cdc en parachute... para chuparse los dedos.

Buen provecho.


domingo, 22 de enero de 2012

TARDE DE SÁBADO

En estas mañanas nos damos los buenos días sólo por cortesía, porque la  niebla fría está tan quieta sobre el río como una telaraña empolvada. El agua está inmóvil y transparente. Meterse en el río infunde respeto incluso con el neopreno. Un lance tras otro recorriendo toda la tabla en abanico, pero las jornadas matinales me han dejado bolo. Al menos me queda el deleite de esta luz invernal tan mágica.




Los azulones se quedan en la orilla ramoneando hierbas y acicalándose el plumaje. Las plumas que caen quedan inmóviles sobre el agua. Nada se mueve. Detrás de la orilla queda una cabeza de lucio medio comida. Alguien se me ha adelantado. Hay escamas por todas partes, pero ya no queda carne del festín.





Hoy es sábado y no he podido acercarme por la mañana. Tengo un rato libre por la tarde y aunque sé que los lucios esperan un cambio de tiempo para activarse, no aguanto más el mono. Me voy al río. Las tardes son muy cortas así que no tengo mucho tiempo. Me muevo cerca de casa. Quiero probar una mosca nueva, peluda y sugerente, mezcla de zorro ártico y conejo, la usaré en unos pocos lances a ver si les gusta.

Es una tablita pequeña, muy cerca de la carretera y al lado del camino por donde pasea medio pueblo. El tramo es de los muy pescados y donde un mosquero en acción concentra público en seguida, pero ya no hay tiempo de buscar un rincón más discreto.

Lanzo, recojo, vuelvo a lanzar. Busco la mosca en el agua, viene bonita, poco lastrada para mi gusto, pero el agua es muy somera y si entra alguno podré ver el lance.
Este invierno tan seco no ha traido riadas, así que permanece toda la vegetación sumergida. Los racimos de ocas se balancean lentos con el agua. En medio quedan pasillos desnudos donde dejo que la mosca se hunda para levantarla con un tironcito. De oca a oca y... ¡ataco porque me toca! Clavo en un acto reflejo, ¿de donde ha salido? apenas supera los cincuenta pero da juego, además me deja hacerle fotos y despedirle en la orilla con delicadeza. ¡Hasta luego cocodrilo!




Repito sobre las ocas. Me gusta como se mueve el pelo de zorro, se abre como una medusa al más leve tirón. Levanto la mosca antes de tiempo y me llevo un coletazo en las rodillas. Un lucio venía siguiendo el  señuelo y se lo he quitado antes de decidirse. Insisto en el lance, esta vez si haré la paradiña, esos segundos eternos con el señuelo parado junto a mis pies antes del último tirón.




Están activos, quedan apenas treinta minutos de luz, así que distribuyo mentalmente los lances para apurar los rincones que me quedan. La orilla es profunda y está socavada, ese pozo bajo las ramas tiene toda la pinta  de cazadero.
Mosca en el mismo borde de la orilla, dejo que se hunda, al tocar fondo... tironcito.... paff!... aqui viene el segundo. Ha entrado directo a la mosca como una bayoneta. Pasa de los tres kilos y da mucho más juego. Está furioso y sólo me deja hacerle fotos en tierra. Al soltarlo no se despide... ¡adiós!



La tabla está muy caliente, quedan pocos minutos, escojo agujero en el pasillo entre dos islotes. Dos viejecitas llegan paseando desde el pueblo cogidas del brazo y se plantan en la orilla a mi espalda. La mosca se hunde. Tironcito y recojo lento. Lento, otro tironcito, lento...
Oigo murmurar a las paisanas, las miro sobre mi hombro y con el rabillo del ojo veo la estela rompiendo el agua como un torpedo... mierda! Revolcón y se suelta, he clavado tarde. Las paisanas se santiguan cuando oyen mi juramento bajando un par de santos del cielo... (...estos de la pesca sólo saben decir barbaridades).

Los lucios han perdido la vergüenza y se mueven por toda la tabla, seguimientos y medias vueltas tras la mosca, pero ya no atino a verlos. Se acabó la luz y tengo que volver antes de que sea peligroso salir del agua.




Ha sido divertido.
Vuelvo a casa disfrutando de nuevo cada lance en mi cabeza. Sobre la mesa de montaje preparo los engaños de la próxima jornada. Presentaré el zorro ártico a la peluca navideña, creo que van a hacer buenas migas.

viernes, 20 de enero de 2012

BANDERAS

librea. (Del fr. livrée).f. Traje que los príncipes, señores y algunas otras personas o entidades dan a sus criados; por lo común uniforme y con distintivos.

El momento de ensalabrar la trucha que hemos engañado es único. A veces se nos escapa un grito de satisfacción como el de los vaqueros cuando salen al galope por la pradera y con la sonrisa puesta nos asomamos al aro de la sacadera levantando la trucha para verla.

El nombre de pintonas las define perfectamente. Las pintas aparecen siempre por algún rincón, aunque la variedad de combinaciones es enorme pues las manchas negras y rojas cubren el cuerpo como la sal y la pimienta, repartidas al gusto de cada trucha.

Podemos conocer un rio por sus truchas, mejor dicho, por las pintas de sus truchas. La variedad de formas y el colorido que presentan cambia de un rio a otro, o incluso dentro de un mismo río.




A los pescadores nos gusta hablar de librea, pero los científicos hablan de ecotipos, poblaciones de truchas cuyo color y a veces tamaño difiere debido principalmente a la alimentación y el mimetismo con el medio. He conocido ríos que en apenas trescientos metros cambian sus truchas, pasando del dorado de los cantos y los bolos, al gris ceniza del grijo menudo y el lodo arenoso.

La librea es un espejo del escenario del río, de sus corrientes, su luz, sus cascajeras y sus blandos. El  estilo y el tono de cada patrón de manchas se va afinando tras muchas generaciones dando carácter propio a cada tramo, aunque las repoblaciones han traido libreas extrañas y combinaciones variadas por la mezcolanza genética.

Estas diferencias son consecuencia de la gran plasticidad de las truchas, que adaptan su aspecto a las nuevas condiciones ambientales con gran rapidez. Durante el verano, por ejemplo, es frecuente que el estiaje empuje al pescado hacia el agua fresca de las presas de riego. Cada presa tiene orillas y pozas diferentes según su camino y a veces marca los colores de las truchas que durante el verano presentan franjas o manchas enlutadas.

Y asi, de un río a otro, las pintonas cambian de traje, vistiendo en cada tramo el uniforme distintivo que los príncipes del río regalan como seña de identidad.

Recién levantada de la sacadera miramos sonrientes nuestra trucha. Sus pintas dibujan una librea con la divisa: "No soy vuestra, soy del río y esta es mi bandera".


jueves, 12 de enero de 2012

ATRAPADO EN EL MUELLE

Revisando las fotos de la temporada pasada me he acordado de mi profesor de Zoología. Le gustaba contarnos que el canto del Rascón se parece al chillido del cerdo en el banco de matanza. Lo imitaba a menudo, para ver la cara de desagrado de mis refinadas compañeras.
El Rascón es un ave mediana, que se detecta fácilmente aunque nunca se le ve. Su chillido suena siempre cerca del agua y cuando lo oyes por primera vez, realmente oyes al pobre cochino chillando antes de su final.
Hace poco más de medio año, el día de San Juan, pescábamos un río pequeño de meseta de los que discurren por una trinchera entre los trigales.




Nos escondíamos del calor bajo la arboleda y buscábamos una sombra donde posar nuestros pájaros amarillos. Quince días antes habíamos disfrutado mucho, pero ahora, en los pocos días que tardaron los trigales en dorarse, ya  bajaba muy mermado de agua.
Estos ríos olvidados no los pesca nadie, sólo algún chiquillo que veranea en el pueblo y que tienta a los peces donde los ojos del puente abren un poco el cauce. Por eso nos gustan tanto.




Los ranúnculos forman grandes bloques, como icebergs en un agua blanquecina y arenosa. Entre medias quedan carriles estrechos por donde baja el agua amontonada. En ellos se emboscan las truchas bajo la marquesina de ocas, esperando que el calor tire algún incauto desde las ramas. Son lances cortos pero con derivas complicadas y conseguir una buena presentación no es nada fácil.



Con esfuerzo alguna trucha iba subiendo. Su color arena las acreditaba como auténticas mesetarias, su nobleza en la subida como castellanas viejas de abolengo. Truchas bravas y hermosas en un rio modesto y generoso, aunque sabíamos que serían las últimas truchas que nos daría esa temporada.




Cerca del puente oimos el Rascón. La zona era propicia, ranúnculos en el cauce y junqueras espesas en la orilla. El canto repetía ubicación regularmente. Cantaba cada vez con más insistencia y no parecía moverse a pesar de nuestro avance por el agua. Al llegar a los pies de una gran palera el canto se hizo frenético, tanto que dejé la caña y lo busqué con curiosidad... Ahora lo veo, está entre unas raices,... se acurruca y me mira... pero no sale volando....¿?
No podía.
Sus patas estaban atrapadas en una madeja de hilos.




Lo separé despacio y lo sujeté con cuidado por las patas para que no se dañara al forcejear.
No eran hilos, era nailon, y no sólo nailon, era un aparejo de ninfa montado con un muelle. Costó mucho liberarlo.



Hace años que abandoné la ninfa por la seca (con la edad uno se vuelve sibarita) pero recordaba el muelle de verlo reseñado en alguna revista. Es lo último en bajos de ninfa.
Así que este río olvidado que no pesca nadie, recibe pescadores aventajados lejos de sus escenarios más cool...pensé. Parece que alguien más sabe que este reguero de pueblo esconde truchas hermosas con el apetito intacto.

Hace un par de temporadas encontré un viejo bote de carrete fotográfico y lo eché al chaleco. Un bajo de confianza es vital en la pesca a mosca y ya es una manía rehacerlo en cuanto toma memorias y nudos. Los trozos los voy metiendo en el bote y cuando llego a casa lo reviso con cierto complejo de Diógenes. Al abrir el bote siempre me sorprendo. Una enorme madeja sale apretujada, sólo tras una jornada. La madeja se va al contenedor amarillo convenientemente troceada, en vez de quedarse en el fondo del río.

Algún publicista inventó aquello de "los pequeños gestos son grandes". Ciértamente para el Rascón lo fue. Durante la operación de desenredo su madre no dejó de llamarlo y viendo como se esfumó entre los juncos, seguro que recordará mi cara en sus pesadillas.

Aunque sea pequeña, todo lo que hacemos deja huella. Lo grande de nuestra especie, es que que podemos escoger que huella dejamos.








viernes, 6 de enero de 2012

ESPÍRITU NAVIDEÑO

Los lucios adoran la Navidad.
Los tonos brillantes de las fiestas navideñas acaban con su pereza y despiertan su voracidad.
La Navidad llega justo a tiempo para hacer acopio de espumillones, pelucas de cotillón y cualquier otro brillo decorativo que aparezca por las tiendas orientales. Por unos pocos euros el elenco de manojos brillantes es suficiente para vestir unas moscas y salir al río.

Este año la estrella ha sido la peluca de Nochevieja. A altas horas de la madrugada, con el año nuevo recién estrenado, me encargué de recoger las pelucas de mis compañeros de fiesta que apenas notaron mi gesto por su (lamentable) estado festivo.
Una peluca dorada, dos plateadas, una azul y otra verde brillante colocadas bajo el árbol y la magia de la navidad hace que sus majestades de oriente dejen a escondidas aquello que he pedido: una buena provisión de Christmas Fly.


Han de durarme muchos meses, porque me gusta apurar los lances y regalarlas a cualquier raiz del fondo y porque los  lucios las devoran todo el año.
Salvo el parón reproductor de primavera, para los lucios todo el año es Navidad. Sus costumbres cambian, pero el apetito está siempre afilado y con ganas de probar nuevos señuelos. Pescar con Christmas Fly en verano es como abrir una tableta de turrón en agosto.  Suena raro, pero siempre hay algún glotón por casa que le hincará el diente sin preguntar a nadie.

Jose y yo llevamos tiempo enganchados a la glotonería gamberra de los lucios y les provocamos con todas las herramientas disponibles. Las posturas que pescamos se encuentran en rios y no siempre siguen el guión exacto del brazo muerto y profundo tapizado de macrófitos.



Los lucios cazan, mejor dicho recechan, sus presas. Y lo hacen en puestos de caza que eligen previamente. No son figuras inmóviles ligadas a un pozo, los lucios se mueven, circulan entre los puestos ocupando aquellos que dejan otros. Estas rotaciones son importantes, porque el pozo que acabamos de batir sin resultado puede transformarse en un punto caliente horas más  tarde. Se mueven entre las sombras como fantasmas, siempre lejos de la luz y es importante tener en cuenta la climatología y  la hora del día para acertar con su rincón favorito.

Nuestra forma de pescar incluye mosca y lance ligero, ya que muchos rincones son inaccesibles para el sedal pesado. Los lucios responden por igual a ambas modalidades, con tal de que las vistamos previamente de espíritu navideño.
Tres son las herramientas que  manejamos para fabricar una jornada luciera:

En primer lugar la profundidad de trabajo. Necesitamos saber a que profundidad están colocados los puestos de caza. La sombra protectora puede encontrarse a varios metros bajo las raíces profundas de un pozo, o a pocos centímetros bajo esa melena de ocas que ondea en la corriente. A mosca jugaremos con la densidad de las líneas hundidas, a lance usaremos señuelos que naden a distintas profundidades buscando atravesar la ventana del puesto de caza.




En segundo lugar el movimiento. Entendido el movimiento como el agua que desplaza el señuelo, las turbulencias y vibraciones que provoca. La Christmas Fly es excelente en días de sol con aguas limpias, donde puede brillar cual estrella de Belén. Pero en aguas oscuras o barradas, los lucios activan el radar de fosetas colocado en cabeza, mandíbulas y línea lateral para cazar "de oído". Aquí los baberos, colas de vinilo y sonajeros son vitales. Nosotros, que somos primates terrestres de visión frontal, no somos conscientes de la cantidad de información que viaja por el agua sin necesidad de luz y que los peces "ven" y sienten.



La tercera herramienta somos nosotros. Mover un estrimer como quien tira de la cinta de una persiana o recoger un señuelo de lance dándole a la manivela como un autómata, es como pensar que arrastrando la figura de cera de una bailarina rusa, estamos representando el lago de los cisnes.
Los lucios cazan y un cazador necesita presas vivas. Debemos traer nuestros señuelos de forma que al verlos nadar, se nos vaya la vista hacia ellos y pensemos...huummm...¡yo me lo comería!




La literatura de pesca está llena de disertaciones sobre el color de los señuelos, más aún el imaginario colectivo. Cuando pensamos en aguas oscuras se asumen como colores de referencia el negro, el blanco y el naranja. Si tengo que ceñirme a la experiencia reconozco mi herejía al decir que el color, en el caso de los lucios, es algo secundario, ya que sirve únicamente para alimentar la fe de quien lo usa (que no es poco).

Todos hemos tenido días de fortuna en que una cucharilla con lana roja era suficiente para clavar unos lucios. Esos días en que los lucios entran en frenesí, atacando cualquier señuelo. Son días escasos, pero inducen a muchos a pensar que los lucios son peces  facilones y sin carácter.
Los lucios de invierno con niebla pegajosa sobre el río y vaho que se escarcha en el bigote o los de las tardes de agosto con ruido de chicharras y piedras derretidas por el calor, son el verdadero reto, porque en algún rincón que no vemos hay lucios celebrando la Navidad.
España es el país de la fiesta. Asi que el calendario luciero español también incluye Carnaval y en los últimos años Hallowen. Las siniestras pelucas de bruja y los abalorios de los bailes de disfraces se vuelven sinuosos animales acuáticos, que contagian la fiesta cuando nadan sobre el pozo favorito de los lucios.



Ahora que se apagan las luces de Navidad os animo a tomar el torno y uniros al espíritu navideño. Para animar la fiesta os dejo lucieando junto a Jose en un breve video de andanzas. Yo voy a terminar el macuto para irme al río, por si aun quedan regalos bajo el árbol.

Y recordad que todo el año.... es Navidad.



martes, 3 de enero de 2012

MARCANDO TERRITORIO

El invierno es tiempo de subir montañas y buscar cauces para la próxima temporada.
Este año los rios están sufriendo un invierno seco sin apenas nieve. Los caudales merman y el agua se acobarda con el frío.





La acumulación de heladas blanquea las laderas y escarcha las piedras. El agua de los galgones salpica las orillas dejando grandes caramelos de hielo sobre la hierba, como caídos de una lámpara de Swarovski. La orilla es una alfombra enjoyada.



Los cauces están vacíos, todo está dormido y no parece que nadie se atreva a atravesar el agua helada.
Recorro la cabecera de un arroyo tributario que me gusta especialmente. En la parte más alta de la pista, sobre una leve sábana de nieve aparece un rastro perfecto de nutria. Su quinto dedo la delata.



Estamos a 1.500m., casi en el nacimiento del arroyo. No se ven truchas y hay poca cobertura vegetal ¿qué hace una nutria tan arriba?.
Sigo subiendo y el rastro continúa paralelo al cauce con un rumbo claro, recorrer la orilla.
De cuando en cuando me asomo a ver al agua (...está tan bonito el cauce). El rastro hace lo mismo, se asoma y vuelve a la pista en unos metros.



Creo que mi colega de pesca ha venido a marcar sus dominios. Igual que yo.
Quiere saber como baja el arroyo que tanto le gusta pescar aguas abajo, asi que se asoma al cauce y vuelve al camino memorizando las posturas en su cabeza.
Esta vez no nos hemos visto. Tal vez lo hagamos en primavera, metidos en el agua tras las truchas, yo mirando la seca y ella mirando mis botas esperando a que me vaya.



El frio de esta mañana es espantoso. Las noches despejadas no tienen piedad con nadie.
Mis paisanos saben mucho de pasar frío. Como ellos dicen, en este tiempo sólo se entra en calor "calentándose o arrimándose".
Miro a mis compañeros de ruta y creo que prefiero arrimarme para espantar el frío.


Seguro que la nutria ha estado mirando mis botas como tantas veces.
Miro sobre mi hombro seguro de su presencia, pero no la veo.
Nos veremos aguas abajo.




TOC, TOC,.. ¿SE PUEDE?

Llevo tiempo por aquí, aunque sólo mirando.
Disfrutando con las entradas de los blogs de pesca que me gustan.
Mirando las fotos de los lances que me gustaría tener en mi memoria.


No recuerdo cuando no iba al campo, ni cuando empezé a pescar, pero hace muchos años, siguiendo a mi padre por los senderos del Esla, nos asomábamos con las cañas al borde del río y mirábamos en silencio el agua. "La trucha vive donde el agua ríe" me decía en voz baja. Y dando media vuelta, seguíamos por el sendero hasta el siguiente gatero por donde asomarnos.



Sentado junto a las raseras intentaba escuchar bien atento. ¿Será esta la risa del agua?. Todo eran enredos con aquel viejo carrete, pero estar cerca del agua me llenaba de sensaciones.


Tiempo después, he encontrado la risa del agua en muchas partes. En las montañas más altas, en las fuentes escondidas, bajo la nieve... No siempre vive allí la trucha, pero eso no importa, lo importante es el hormigueo en la tripa al oir su risa.
Años de infancia con moruca y corcho tras las bermejuelas, las bogas y los barbos a cebo corrido, los escallos y  las truchas a pluma o a cucharilla.




Cuando tuve edad para conducir, me planté en el río dispuesto a imitar aquellas imágenes que me fascinaban de moscas recorriendo el aire tras un bucle. Desempolvé la vieja caña de fibra de vidrio que mi padre compró a finales de los sesenta y me fui al Curueño.
Aquella tabla hervía de cebadas desde las diez de la mañana bajo una eclosión sostenida de rodanis, pero yo era incapaz de hacer subir una trucha. Bolo tras bolo insistía con aquellas viejas moscas guardadas en una cajita durante casi treinta años.
Hasta el día en que, en medio de una madeja de nudos, se obró el milagro: mi primera trucha a seca. Acababa de unirme al río a través de una línea . Aún sigo conectado.




He tenido la suerte de conocer a pescadores excelentes, algunos blogeros, otros no. Pero todos caballeros de la pesca. Gracias a ellos los torpes años de pesca solitaria cambiaron radicalmente. Su generosidad ha traído más lugares, mejores moscas y lances que al compartirlos se viven dos veces.




Ahora quiero compartir peces, ríos y otras andanzas. Aquello que he hecho siempre y que ya es parte de mi rutina, pero que hasta ahora siempre había sido privado.

Por eso me presento con este... toc, toc ¿se puede?